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Sobre la posibilidad de vivir rota


Hay distintas formas de estar roto. Romperse en pedazos pequeños (con fisuras apenas perceptibles) por el golpeteo constante de la vida y sus asperezas, filosas, puntuales. O estar roto en dos, quedar partido de un golpe, un estruendo cegador que de la nada deja confusión y desamparo.

Yo me rompí en dos partes ante la muerte de Isabel. No sé cuánto tardé en reaccionar y aún aturdida por su silencio doloroso, me noté partida, rota en dos. En el antes y el después. En la vida y la muerte. En sentirme totalmente incapaz de funcionar, pero apenas lo suficiente para seguir haciéndolo. 

Quedé rota también en dos polos que me arrebataron con la misma intensidad hacia un impulso de vida y hacia el deseo de desaparecer. Por un lado las ganas de ya rendirme en ese juego que no me gustó y hacia un esfuerzo por sobrevivir, trabajar, ser productiva, buena y justa (lo máximo a lo que podría aspirar entonces, pues ni sonreír ni disfrutar eran una posibilidad real). 

Tratando al mismo tiempo de amarrarme a la vida y beberla toda en una noche. Abrazándome a la belleza en cuya brevedad reside la magia y la sorpresa. Llorando la amargura de haber visto el final de la historia por anticipado.

Estoy rota en amor y odio. Un pasado de caprichosa inocencia y un presente en el que conozco el amor verdadero apenas empecé a extrañarla. Nunca la amé tanto como ahora y no sé si lo hubiese sabido si ella aún estuviese conmigo. 

Entre la frustración y la esperanza, soy ese espacio que sostiene mis extremos. Soy quien levanta los pedazos de mí cada vez que debo dejar atrás una cama, una ciudad o una batalla. Cada vez que caigo rendida ante la realidad inminente del tiempo.

A veces creo estar partida en más pedazos. En su ausencia, mi dolor, el miedo al tiempo que no para. En la belleza de las flores y la infancia. En la temible estupidez con forma humana. En pedazos de egos rotos. La ilusión de que algo crecerá en mi suelo, el miedo al materialista visionario que sobre mis ruinas llene mi tierra de plusvalor y ganancias inmobiliarias. 

Al final no importa. Las estaciones se repiten, la osadía con que el tiempo se lleva las historias y hace de monumentos a la verdad, pedazos de nada.

Solo quiero decir, te extraño Isa. 

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