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La casa


Tengo la sensación de haber habitado antes esta frustración. Reconozco esta casa  construida sobre suelos lacustres y sueños fugaces. Sin resistencia experimento en mi vientre el dolor y el vacío que dejaron las expectativas y todos los razonamientos con que argumentaba cada decisión para construirme una maternidad ganada o merecida.

Dolor y ansiedad desarman identidades. Suelto la mentira con la que me protegí y descubro en mí, más luz de la que creí tener. Asumir el valor de vivir sin engañarme más, hacia la única dirección posible. Sobrevivir. Convertirse en lo que sea necesario y buscar la vida.

No seré yo quien derrumbe esta casa para construir la comprensión y la calma con la que llegan los años. La estabilidad de mis pies descansa en algo más perdurable que el deseo. Suelto mis problemas de autoridad ante Dios, mi falta de confianza y el miedo profundo a ser olvidada.

Entregar esta casa es dejar de vivir cansada haciendo esfuerzos imposibles porque es así como entendí que se podía someter a la realidad y llegar al “objetivo”.  Este bebé me está salvando. Me hace soltar la ilusión del control y observar que todo puede sucerder a través de mi cuerpo y aun así, no soy quien ha de dictar a la vida el cuándo ni el cómo. Tenga o no fe, esté enojada o no. En el suelo o de pie, hasta sentir la verdadera humildad, real, auténtica, con la ligereza de no tener nada que cargar porque que nada puedo hacer.  Abrazo esa humildad como lo hace un verdader rockstar, sin pose y con auténtico carisma.

No puedo llegar a mañana sin moverme. No puedo esperar más a ser perfecta. Ser la niña que cree no saber y en eso reside su sabiduría. No saber, estar vacía, aberta a que la intuición haga lo suyo dado que la muerte es lo único que ha dado valor al suceso breve de la vida.  

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