Hay distintas formas de estar roto. Romperse en pedazos pequeños (con fisuras apenas perceptibles) por el golpeteo constante de la vida y sus asperezas, filosas, puntuales. O estar roto en dos, quedar partido de un golpe, un estruendo cegador que de la nada deja confusión y desamparo. Yo me rompí en dos partes ante la muerte de Isabel. No sé cuánto tardé en reaccionar y aún aturdida por su silencio doloroso, me noté partida, rota en dos. En el antes y el después. En la vida y la muerte. En sentirme totalmente incapaz de funcionar, pero apenas lo suficiente para seguir haciéndolo. Quedé rota también en dos polos que me arrebataron con la misma intensidad hacia un impulso de vida y hacia el deseo de desaparecer. Por un lado las ganas de ya rendirme en ese juego que no me gustó y hacia un esfuerzo por sobrevivir, trabajar, ser productiva, buena y justa (lo máximo a lo que podría aspirar entonces, pues ni sonreír ni disfrutar eran una posibilidad real). Tratando al mismo t
nunca la vida es tan precisa