Un día se instala el miedo y corroe cada pensamiento. De alguna manera hay que sobrevivir sufriendo y funcionando al mismo tiempo. Nadar oceanos de incertidumbre hacia el apauso y la aceptación. Me obsesioné con la razón y la verdad. Creí lo que me dijeron un par de confundidos persiguiendo sus propios fantasmas de libertad y felicidad. Cerré las puertas e invité a casa al miedo vestido de arrogancia. Una ilusión que es roca, que separa y duele al mirar a los demás a través de la ventana, lejos de mi naturaleza. Me perdí de tanto ver afuera. Cansada de no tener ni puta idea, de no saber, caí de rodillas ante la incertidumbre y ahí me quedé un rato hasta conocer mi humildad. Vi entonces verdades cayendo a pedazos al observarlas y considerar que podrían no ser ciertas, revelando la belleza de mi vulnerabilidad, hasta admitir que no necesito nada que no esté ahora mismo a mi alcance. Dejé de negar mi belleza y mi realidad. Dejé de pealear con Dios y que me quemara ese fueg
nunca la vida es tan precisa